miércoles, 4 de agosto de 2004

Un linyera de ojos tiernos...

Tapado con su cartón, el adoquín de bufanda roja se lanza por el andén, pretendiendo fluir como pelota.
Palabras que van, tristeza de indiferencia, sonrisas tras el suelo, apagón de nubes.
Y el espectáculo que se mueve. Sonidos del triángulo negro, circuito cerrado de luces estridentes, y el grueso del adoquín que una vez más se mueve.
Corazón de algodón, cinturón de piedra, alma de dolor.
Una voz se eleva en falsete, para curtir la esencia del silencio.
Playback de cartón, uñas de carne, golpes de vacío.
Y esa maldita energía que se va, y ese dolor que crece. Y el estúpido miedo de los ojos.
El rojo que se eleva, la lluvia de otoño que deja grises los árboles, se repite, mientras el reloj de arena se da vuelta solo.
Un instante de adoquín deificado, que hasta provoca las risas de los entendidos...
De pronto, todo se disuelve el el dolor y lo impuro, insultos y golpes.
Y el día sigue, mientras las falsedades renacen, mientras los ojos vuelven a cerrarse, mientras el rojo se va y lo gris se queda estático, mientras las líneas se enderezan, y la arena retorna a su camino, mientras mis poros se clausuran, y la nada, esa nada auténtica, vuelve a quedarse dentro de las venas.





|